Albacete La Roda 40 kms. Jueves 4 de mayo de
2017
El gruño. Ni bueno ni malo sino todo lo
contrario.
Antes de tomar las notas de hoy encuentro rastro en mis
apuntes de otro haiku que remato.
TRIGO Y CEBADA
Cañas livianas
alzan al sol el grano
que el viento mece.
La salida de Albacete está mal señalizada o yo no he visto
las señales. Salgo maldiciendo la poca atención al camino (malo), cuando
encuentro un tramo balizado con estacas que te distancia de los vehículos
agrícolas (bueno). Se agradece, aunque no todo es perfecto y algunos tramos los
han robado o estropeado. No es la primera vez que me enojo porque algo está mal
y apenas maldigo, todo cambia y está bien. Recuerdo lo que me dijeron en Alpera: si
nuestro alojamiento es bueno o malo, me lo dices al acabar el camino.
Llegué La Gineta con mala predisposición por la literatura
que hay en la red sobre lo indigno del alojamiento y la escasa empatía con los
caminantes. Es así: pocas y malas señales e ignorancia, que parece activa,
sobre el camino que cruza la población.
Entré andando con un francés educado y correcto, pero con el
que no empatizo en el paso ni en la conversación, porque mi poco francés hoy no
fluye y él no parece muy interesado en hablar. Nos despedimos en el primer bar
que encontramos, yo me quedo a almorzar y él va a intentar encontrar
alojamiento en el albergue.
Cuando voy a salir del bar entra otro peregrino cojeando y
el gesto de la cara contraído. Le pregunto si está bien y, mientras deja caer
la mochila, tartamudea su dolor y su enfado. Tiene un dolor insoportable en los
lumbares. Es mayor, como yo, descargo mi mochila y le ofrezco ayuda. Me acerco
a la barra a pedir agua y escucho la burla de los parroquianos acodados en la
barra.
—Qué ¿pasa mucha gente por aquí? Les pregunto. Solo para que
no sigan creyendo que somos extranjeros y se den cuenta de que entendemos, a
duras penas, la mezcla de palabras y gruñidos (hablar en gruño digo yo) con la
que se burlan de nuestra edad y cansancio.
No responden y vuelven la mirada. Manel, que así se llama el
caminante, me pide que me vaya, que siga mi camino, él resolverá su dolor.
Insiste y me voy. En la salida veo por delante de mí al caminante francés que
parece que no ha encontrado alojamiento.
Estoy enfadado y voy mascullando improperios por la
sensación hostil hacia el camino y los caminantes. Los siguientes
veinticuatro kilómetros voy manteniendo la distancia con el francés. En
un momento en el que se detiene para descansar le alcanzo y me cuenta su
peripecia para quedarse en el
alojamiento municipal, que no llegó a ver, harto de las idas y venidas y los
engaños para ponérselo difícil.
Las espigas se han hecho grandes y ya un poco pardas. Hay
momentos de gran estética, pero el cultivo extensivo, que ya hace mucho tiempo
hizo que se perdieran los sotos, refugio de las aves, los reptiles y sus
depredadores, ahora la toma con las cunetas que arrasa con fungicidas y ara,
metiéndose en el camino. Me despisto unos kilómetros por la injerencia de un
camino local (¿El carrasco?) en el Camino de Levante. Me ronda en la cabeza una
canción que voy componiendo en algunos tramos de los caminos. Porque ahora
canto y toco la armónica todos los días.
MALVAS
Pizcas de cielo
sujetas a la tierra
por leve tallo.
AVENA SILVESTRE
Lluvia de plata
si la desgrano y al
cielo la lanzo.
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