jueves, 22 de junio de 2017

11. Albacete La Roda

Albacete La Roda 40 kms. Jueves 4 de mayo de 2017
El gruño. Ni bueno ni malo sino todo lo contrario.

Antes de tomar las notas de hoy encuentro rastro en mis apuntes de otro haiku que remato.

TRIGO Y CEBADA

Cañas livianas
alzan al sol el grano
que el viento mece.

La salida de Albacete está mal señalizada o yo no he visto las señales. Salgo maldiciendo la poca atención al camino (malo), cuando encuentro un tramo balizado con estacas que te distancia de los vehículos agrícolas (bueno). Se agradece, aunque no todo es perfecto y algunos tramos los han robado o estropeado. No es la primera vez que me enojo porque algo está mal y apenas maldigo, todo cambia y está bien. Recuerdo lo que me dijeron en Alpera: si nuestro alojamiento es bueno o malo, me lo dices al acabar el camino.

Llegué La Gineta con mala predisposición por la literatura que hay en la red sobre lo indigno del alojamiento y la escasa empatía con los caminantes. Es así: pocas y malas señales e ignorancia, que parece activa, sobre el camino que cruza la población.

Entré andando con un francés educado y correcto, pero con el que no empatizo en el paso ni en la conversación, porque mi poco francés hoy no fluye y él no parece muy interesado en hablar. Nos despedimos en el primer bar que encontramos, yo me quedo a almorzar y él va a intentar encontrar alojamiento en el albergue.

Cuando voy a salir del bar entra otro peregrino cojeando y el gesto de la cara contraído. Le pregunto si está bien y, mientras deja caer la mochila, tartamudea su dolor y su enfado. Tiene un dolor insoportable en los lumbares. Es mayor, como yo, descargo mi mochila y le ofrezco ayuda. Me acerco a la barra a pedir agua y escucho la burla de los parroquianos acodados en la barra.

—Qué ¿pasa mucha gente por aquí? Les pregunto. Solo para que no sigan creyendo que somos extranjeros y se den cuenta de que entendemos, a duras penas, la mezcla de palabras y gruñidos (hablar en gruño digo yo) con la que se burlan de nuestra edad y cansancio.

No responden y vuelven la mirada. Manel, que así se llama el caminante, me pide que me vaya, que siga mi camino, él resolverá su dolor. Insiste y me voy. En la salida veo por delante de mí al caminante francés que parece que no ha encontrado alojamiento.

Estoy enfadado y voy mascullando improperios por la sensación hostil hacia el camino y los caminantes. Los siguientes veinticuatro kilómetros voy manteniendo la distancia con el francés. En un momento en el que se detiene para descansar le alcanzo y me cuenta su peripecia para quedarse en  el alojamiento municipal, que no llegó a ver, harto de las idas y venidas y los engaños para ponérselo difícil.

Las espigas se han hecho grandes y ya un poco pardas. Hay momentos de gran estética, pero el cultivo extensivo, que ya hace mucho tiempo hizo que se perdieran los sotos, refugio de las aves, los reptiles y sus depredadores, ahora la toma con las cunetas que arrasa con fungicidas y ara, metiéndose en el camino. Me despisto unos kilómetros por la injerencia de un camino local (¿El carrasco?) en el Camino de Levante. Me ronda en la cabeza una canción que voy componiendo en algunos tramos de los caminos. Porque ahora canto y toco la armónica todos los días.

He llegado a La Roda y estoy en un hotel que se llama la Flor de la Mancha. Tiene una decoración clásica, recargada y con una limpieza y un brillo extremo. Las personas con quien hablo son amables con los peregrinos. Te hacen un buen precio (30 euros) y por primera vez en el camino disfruto de un baño que me relaja. Hoy no paseo por La Roda, me quedo escribiendo unos haikus atascados en la memoria. Creo que son los últimos que escribo.

MALVAS
Pizcas de cielo
sujetas a la tierra
por leve tallo.

AVENA SILVESTRE
Lluvia de plata
si la desgrano y al
cielo la lanzo.


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