jueves, 22 de junio de 2017

6. La Font de la Figuera Almansa.

La Font de la Figuera Almansa 28 kms. 


 Que nunca se acabe el camino. Las monjas me amenazan con llamar a la policía. 

Salgo con el chubasquero puesto y la mochila cubierta. De ninguna manera el pantalón de agua porque te mojas por fuera y por dentro, ya lo dije.

En las afueras me despide un gallo con un kikiriki de los que ya no se oyen. Luego, en un soto, cantan los pájaros con fuerza; hasta las once por lo menos no lloverá. El camino es muy bueno, una alfombra, blando pero no pegajoso como ayer. Las margaritas y las amapolas dominan el color. Hay mucha lechetrezna y construyo al paso un poema que olvidaré y tendré que volver a imaginar cuando tenga un bolígrafo en la mano.

El paisaje alterna el bosque, los cultivos, las montañas y las praderas. Atravesando praderas infinitas, brillante el verde húmedo, me escoltan dos perros, uno delante y otro detrás hasta que rebaso el límite de una finca. Me acuerdo de la recomendación de Pere de llevar un bastón para apoyarme o por si los perros. Pero va muy sujeto a la mochila y me da pereza desengancharlo. 

Al fondo, de lado a lado de una pradera inmensa, cruza un tren de esos de trescientos por hora. Y no me parece que vaya tan deprisa. Aunque cuando yo cruce sus vías ya estará en Valencia.


Ayer tuve un destello en el pensamiento de no querer que nunca se acabara el camino y hoy regresa con fuerza, tanto que me obliga a recordar que el camino no es el hogar. Para el caminante tampoco lo es la ciudad.

Cuando termino el camino del Mojón Blanco comienzan los pasos sobre las vías y bajo las autopistas, o al revés, que exigen atención y tensan un poco la marcha. A la salida de un túnel y antes de llegar a otro aparecen casas de labor amuralladas, la torre pequeña y la grande, vestigios de las tensiones fronterizas entre los Austrias y los Borbones en los siglos XVII y XVIII. Me impresionan porque están al uso como casas de labor. Ya cerca de Almansa entro en un polígono industrial destartalado y en caminos sucios de escombreras y vertederos. A Almansa se entra por el arcén de una carretera que me recuerda la entrada a Xativa.

Voy saludando a quienes me encuentro deseando una respuesta de “buen camino” que reconozca mi condición, no tan frecuente, de andarín. Solo encuentro miradas huidizas, excepto la sonrisa de una prostituta que me dice adiós con la mano (supongo que decía adiós). Ya en las calles de la ciudad es diferente, una pareja se desvive por orientarme y una mujer que pasea con un hombre susurra el deseado “buen camino”.

Me dirijo al albergue que regentan las monjas que por teléfono me aseguraron alojamiento. Pero cuando llego dicen que llamar llama mucha gente, pero que no tienen sitio, que hay dos parejas de franceses que han llegado antes. Para solucionar mi desamparo me hace de cicerone por el centro de la ciudad un chico de las monjas, bueno para todo. Me lleva a albergues que, luego me entero, ya hace tiempo que están cerrados. Sin ir a ninguna parte me lleva de un lado a otro sin tener en cuenta mis treinta kilómetros caminando. Va dejando caer doctrina corrosiva sobre los peregrinos: No se portan bien, beben, fiestas, tenemos que llamar a la policía. Volvemos a pasar por el convento y los “peregrinos” que han llegado antes  están bajando maletas de un coche.
—¿Estos son los peregrinos a los que alojan? Digo a la monja.
—Han llegado antes, han llegado antes. Dice una monja pequeñita y soberbia.
—Pero los peregrinos caminan y estos van en coche.
—Han llegado antes, han llegado antes y no tenemos obligación de dar explicaciones. Llamaré a la policía si usted no se va. Parece que tienen muy claro lo de la policía.

Me voy y el chico quiere ir conmigo pero le digo que se quede, qué ya me arreglo. Me dirijo a la Policía Local. Está lejísimos y vuelven sobre la misma doctrina sobre los peregrinos.
—Antes tuvimos albergues pero daba mucha lata porque la gente no se portaba bien. Los peregrinos ya no son lo que eran, vienen muchos gamberros. Sobre todo los franceses (otra vez los franceses).
Y en vez de organizarlo bien lo quitaron, quisiera decirle, pero veo un deje de amenaza y creo que no van a entenderme. Me despachan con un mapa con la dirección de dos hostales que ya conocía. En los hostales no hay sitio, pero en uno me hacen una buena gestión y me mandan al hotel Los Rosales por un precio que el hostalero gestiona como si fuera para él mismo, veintinueve euros, y que yo acepto inmediatamente. Está lejísimos. Creo que habré caminado por Almansa más de cinco kilómetros y llego agotado. En Los Rosales me tratan bien, con el reconocimiento del derecho al descanso de quien viaja andando. En realidad solo necesito una palmadita en la espalda.

En la habitación anoto dos frases que me parecen contradictorias y no sé que quieren decir:

-          En el camino no se aprende nada que no se sepa. Se practica.
-          Caminar no es un deporte porque lo que se aprende es de la vida.

Me doy por enterado de que no quiero saber nada más de albergues.

Consigo dos haikus más:

LECHETREZNA

La sangre blanca
que das gota a gota
sana la piel.

MARGARITAS

Si cantarais con
voz trémula seríais
Nina Simone.

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