jueves, 22 de junio de 2017

7. Almansa Alpera.

Almansa Alpera. 23 kms. Domingo 30 de abril de 2017

Una semana en el camino. Calambres. Alpera, un reducto de caminantes.


Hoy cumplo una semana en el camino.

Salgo del hotel Los Rosales y me encuentro con el Sr. De Bilbao, que se llama Manu, y sonriente le digo que he comprendido por qué no va a albergues y que seguiré su ejemplo. En ese momento me libero definitivamente de esa carga. Él ha perdido algún día y va a hacer esta etapa, hasta Higueruela, en autobús para poder cumplir su calendario. En estos momentos todo me parece legítimo, contento como estoy, y creo que cada cual debe hacer su viaje.

Hace frío, cinco o seis grados, pero apenas he recorrido quinientos metros y sale el sol a mi espalda. Por primera vez en algunos días veo mi sombra a la que saludo con alegría. Testigo de mi dirección, mi sombra camina por delante de mí. El camino, una veces más empinado y otras menos, siempre es cuesta arriba y casi nada más empezar tienes enfrente el Mugrón de Almansa, a primera hora rodeado de brumas. Es zona arqueológica con un poblado ibero y pinturas rupestres. Paso mucho tiempo caminando por vericuetos de montaña y cuando me vuelvo, en el centro del paisaje está el castillo de Almansa. Te alejas y te alejas, el Mugrón cada vez más cerca, y el castillo permanece en el centro de la llanura; la que fue campo de batalla en 1707 entre Felipe V y su primo Carlos. Cosas de reyes y repartos de poder con el pueblo de carne de cañón.
El Mugrón de Almansa

No sé si vino de golpe o estaba avisando poco a poco. Sé que me incliné para acariciar el romero cuando el dolor se me hizo insoportable. Recurro al bastón para intentar equilibrar el esfuerzo pero no cesa. Cada vez me obliga a pararme con más frecuencia. En algunos momentos, al quinto paso aúllo de dolor. Es como un pellizco brutal que me engarabita desde la cadera hasta los tendones del pie. Invento mil maneras de acallarlo, respirando, estirándome, dándome masajes, pellizcándome, pero con poco éxito. Cuando llega la cuesta abajo es igual de malo. Pienso que he comido mal o poco. Recurro a dos plátanos que llevo en la bolsa y el alivio momentáneo que procura la sugestión dura otros doscientos metros. Sentarme y descansar me relaja un rato y cuando vuelve el dolor intento no pensar en ello. Un tramo en el que un labrador ha arado el camino me resulta especialmente doloroso. Se me pasa por la cabeza recurrir al auxilio urgente del 112. Pero me avergüenzo de mi idea; tendría que arrastrarme o que se hiciera de noche antes de recurrir a la emergencia. Los últimos kilómetros son lentos y se apodera de mí la certeza de que otra jornada así me obligará a abandonar.

Me hospedo en el hostal El Cazador que es un reducto en el que todos hablan de caminos y de caminar. Del Camino de la Lana, que desconocía y me parece muy interesante, del Camino de Levante, del Sureste. Todos confluyen aquí. Me proponen que mañana vaya a Higueruela por un recorrido compartido por los dos caminos y me convencen. Hablan con entusiasmo y casi se me olvida el dolor. 

Después de ducharme, doy un paseo por Alpera que es modesto y aseado. Si este dolor va a acabar conmigo, lo sabré mañana. Quedan nueve horas de descanso.


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