jueves, 22 de junio de 2017

9. Higueruela Chinchilla


Higueruela Chinchilla 29 kms. Martes 2 de mayo de 2017.

Un caminante lento. Un hombre de alambre. Una melodía en la armónica. Chinchilla turística.

Desde Aiacor, la tercera jornada, no había vuelto a hacerlo: estoy sentado junto al camino escribiendo. El paisaje es de cereales jóvenes, brillantes, verdes y hace una temperatura estupenda con el sol velado. Tomo notas para los haikus de estas cunetas distintas: avena, malvas, espigas, siemprevivas. Grano, ropaje verde; cañas, tallos sutiles, livianos. Se levantan, alzan, muestran al sol, mares verdes, el viento mece. Castilla es evidente. De Almansa a Higueruela el cambio en el paisaje era una sugerencia, ahora es una certeza.

La calma que ahora tengo se la debo a Enzo. Al salir de Higueruela por la carretera asfaltada, delante de mí va un peregrino. Pasan los minutos y le voy alcanzando, noto que se para con frecuencia y, sin saber si me está mirando, le saludo. Una hora más tarde alcanzo a Enzo, un italiano de mi edad. Un caminante lento, un caminante sin prisa. Luego sé que le duelen muchísimo los pies, pero que llegará a Santiago y más lejos, a Finisterre, porque este es su último camino. Llegará un poco más tarde, pero llegará. Su límite es el seis de junio. Tiene que parar con frecuencia y a la tercera parada inesperada me pide que siga. Nos veremos en Chinchilla, en el hostal El Peñón.

Enzo práctica la calma, la lentitud necesaria, el descanso. Sabiendo que tengo alojamiento ¿para qué llegar pronto? En lo del alojamiento es más espartano que yo. En La Font de la Figuera fue al albergue municipal, el colchón era más grande que el somier y se cayó. A partir de hoy sigue mis pasos en el tema del alojamiento, que son los de Manu, el Sr. de Bilbao, y yo mismo le voy reservando hostales para que descanse como dios manda.

Enzo también me deja claro, sin necesidad de explicármelo, que lo de mi cadera o mi tendón de Aquiles son naderías y que todos los peregrinos sufren ajustes imprevistos en los quince primeros días. Por cierto, mis dolores han desaparecido ya. Ahora, cuando me entran las prisas, pienso que lo importante es mantenerse en el camino, que no son los treinta quilómetros de cada día, sino los quinientos que voy a hacer. Me aplico a bajar la velocidad cuando persiste la pendiente.
Paso por Hoya Gonzalo, limpio como un crisol, que, está en fiestas; en fiestas y vacío a las horas a las que paso. A quienes pregunto ignoran el camino a pesar de que hay bastantes señales.

He encontrado el momento de, sin parar, tocar la armónica y cantar. Retuerzo un alambre que me he encontrado cerca de una granja y le doy forma de caminante. Hay buenas señales, un crucero y alusiones al camino en las casas de particulares. Hay pedanías casi abandonadas y casas de labor. Las pequeñas casas de labranza están en ruinas. Los cultivos extensivos, uniformes y nadie trabajando en el campo. Un tractor, un riego que no necesita a nadie. Definitivamente el campo ha cambiado.

Yo saludo con vehemencia a quienes me adelantan en coches o bicis. A veces me enfado porque no disminuyen la velocidad o no te devuelven el saludo. Una furgoneta me adelanta deprisa ignorándome, pero cuando vuelve, baja la ventanilla, casi para y me desea buen camino.

En Chinchilla el alojamiento es deplorable pero es el único y además muy barato (El Peñón, 15 euros). Sucio, el colchón desvencijado y la comida mala. El olor se mete en las habitaciones y el trato personal dista mucho de ser afectuoso. Ni siquiera profesional. Pero insisto, es el único. No lo es, el problema es que el otro me parece más sospechoso. Tal vez sea mejor. La policía municipal no ofrece albergue.

Dedico un rato al turismo y, Chinchilla, encaramada en un cerro que sobresale de las llanuras, promete. Resulta una ciudad monumental, decrépita y devastada por el mal gusto. Da sensación de pobreza. Podría haber sido la más bella pero no lo es. Entro en la iglesia del Salvador cuando hay un funeral. No estoy a gusto haciendo turismo allí y miro desde el fondo. Estoy el tiempo justo para escuchar al cura decir del muerto: “¿Y quién se atreve a decir que no hizo nada? Pues claro que dejó huella, aunque algunas cosas de las que hizo no fueran buenas.” Yo me fui, supongo que no llegarían a las manos. Tal vez todos estuvieran de acuerdo.

Luego en un mirador me pongo poético mientras se pone el sol. Escribo:
El sol en la cara te hace entornar los ojos y se difumina el paisaje. Este horizonte es marino, la raya que lo dibuja es la misma que separa el cielo y el mar.Detrás de mí los niños juegan y vigilan a sus abuelos. Hace sol y frío. Perros y amos pasean atados. Suenan truenos que no presagian tormenta, son aviones de reacción a chorro que se mueven por el cielo con estruendo sin ir a ninguna parte, como jugando a tú la llevas.

El sol se va a meter y hace frio. Mejor volver al hostal. Allí está Enzo y no perdona una copa de vino y unos chupitos. Mañana nos vemos en Albacete.



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