Canals
Moixent 20 kilómetros. Jueves 27 de abril de 2017
San Cristobal cruzando el barranco. Nadie dijo que el camino fuera fácil. La picaresca. Haikus del tomillo y del hinojo.
Me levanto sigiloso para no alertar a Bo y, al llegar a la
calle, veo que está lloviendo a mares. Recuerdo lo que leí sobre el caminante
que no se doblega ante las inclemencias atmosféricas. Debajo del porche del
mercado cubro la mochila y me pongo el chubasquero. Antes de salir del pueblo
tengo que volver a pararme y tapar la bolsa marsupial. Todo cambia, ya no tengo
a mano la comida y el tubo de beber el agua que llevo en la mochila no sé dónde
ha quedado. Se suda y no transpira el plástico, te mojas por dentro; el agua en
la capucha dificulta la visión y hay que ir muy atento a las señales (luego
descubro que hay que llevar una gorra para que mantenga levantada la capucha de
plástico).
Los barrancos traen más agua y aparecen torrenteras que
tienes que pasar con cuidado. Al cruzar un vado del rio Canyoles doy un
resbalón y me llevo un buen susto. Todo el cauce está lleno de obas y resbala
como el hielo. Prestando atención al equilibrio no me doy cuenta de que estoy
caminando con el agua por encima de los tobillos. Cruzo, con algún sobresalto,
pensando en el desastre que va a resultar haberme empapado, sin embargo, al
salir veo que las zapatillas han aguantado estupendamente y no tengo ninguna
sensación de incomodidad en los pies.
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Con Bo en Vallada |
Salgo del rio pensando en qué será de los peregrino si sigue
lloviendo y el caudal aumenta. Pero el camino no puede ser como a cada uno le
gustaría que fuera… Y continúo recordando retazos de lo que he leído sobre caminos y caminantes: es necesario poner distancia
con las dificultades; no puedes esperar nada de nadie porque nadie te debe nada.
Y menos la naturaleza. Y cuando me detengo un momento para ver si encuentro el
tubo del depósito del agua, aparece Bo, grande como San Cristobal, cruzando un
barranco, chapoteando como si no fuera con él el agua que le llega hasta los
tobillos. Los pies envueltos en las bolsas de plástico que ayer le dieron en el
DIA para el salchichón y las sandalias por encima, con una sonrisa grande
diciendo ¡Luis! Le digo que siga y él me dice que yo con él. Y yo le sigo. Su
paso es más rápido que el mío, pero solo un poco. En cuanto acompaso la
respiración, puedo seguirle. Pero quedan más de quince quilómetros hasta
Moixent.
Como ve que en las cuestas arriba no puedo hablar me deja
los bastones y me enseña a usarlos para no tener que hacer fuerza. Cree que me
irá bien para aliviar mi Aquiles y
además aumentan la frecuencia de paso un tanto por ciento. Pan, pan, pan…
deprisa, deprisa y yo no aflojo a pesar de que voy empapado de sudor debajo de
mis pantalones de plástico que no me puedo quitar porque sigue lloviendo.
Entonces las plantas olorosas vienen en mi auxilio. Bo roza
una mata de tomillo y se vuelve hacia el olor.
—Tomillo, le digo.
—How?
Se para y me hace repetirlo. Lo huele con deleite y se lo
guarda en el bolsillo. Ahora vamos parando cada vez que aparece una planta
olorosa: Hierbaluisa, buena para la respiración, menta ¿mint?, salvia,
camomila, hinojo, como wild anís. Y no sé cómo me explica que en su familia
tienen una destilería de anís. De todo guarda un poco en un bolsillo. La
lechetrezna le fascina, euphorbia ¡Sí! Debajo de un almendro se detiene y monta
una videoconferencia con su mujer a la que cuenta todo lo que ha aprendido,
sacando las hierbas del bolsillo, y haciéndome repetir los nombres que ha olvidado.
Me presenta como su maestro y se ríe.
Corre mucho y voy al límite. Dejamos a un lado el castillo
de Montesa y pienso que el agua y las prisas están haciéndonos perder un bonito
día de camino. Una confusión que nos hace añadir dos kilómetros, uno muy
cuesta arriba, me pone a prueba. Cerca de Vallada me explica que trabaja en una
empresa de seguridad y al entrar en la población, en un bar en la primera
rotonda nos detenemos. El dueño lleva un registro de nacionalidades y edades de
los que pasamos por allí. Bo tiene cincuenta y uno y es el más joven de las
tres últimas hojas de firmas. Cuando pongo mi edad me mira, señala el sesenta y
seis y me señala: You? Parece compungido y desde ese momento, hasta Moixent me
deja ir por delante. Aunque el paso ya está automatizado y seguimos a toda
velocidad.
En Moixent nos despedimos. Yo voy a buscar alojamiento y él
entra en un bar. Supongo que tiene la intención de seguir hasta La Font de la
Figuera, veinte kilómetros más.
En las oficinas de la Policía Local me dicen que las cuatro
camas del albergue ya están ocupadas. No es posible, nadie puede haber llegado
desde Xativa antes que nosotros. Y además secos, bromea la funcionaria: El tren
también cuenta. Hasta ese momento creí que todos íbamos andando y me indigno
por dentro “No podéis dar alojamiento a
alguien que llega a las once y el sello de su alojamiento anterior está a más
de cuarenta quilómetros” pienso. Pero la policía está diciendo que nadie
dijo que el camino fuera fácil y me doy por enterado que la picaresca también
forma parte, como si del siglo XVII se tratara, y mucha gente usa la
acreditación de peregrino para hacer viajes baratos por albergues. Todo el
mundo señala a los franceses pero también conocí alemanes e italianos. A partir
de hoy me encontraré muchos y poco a poco iré entendiendo sus razones, en
muchos casos comprendiendo y, a veces, admirando.
Por cincuenta euros resuelvo todos los gastos de hoy. No
estoy cerca del centro de Moixent y además lo conozco. Me quedo toda la tarde
en la casa y me salen un par de haikus:
Cuando lo rozas
con descuido al pasar
grita su nombre
HINOJO
En el camino
expreso su esencia,
voy avanzando.
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