jueves, 22 de junio de 2017

4. Canals Moixent

Canals Moixent 20 kilómetros. Jueves 27 de abril de 2017 

San Cristobal cruzando el barranco. Nadie dijo que el camino fuera fácil. La picaresca. Haikus del tomillo y del hinojo.
  
Me levanto sigiloso para no alertar a Bo y, al llegar a la calle, veo que está lloviendo a mares. Recuerdo lo que leí sobre el caminante que no se doblega ante las inclemencias atmosféricas. Debajo del porche del mercado cubro la mochila y me pongo el chubasquero. Antes de salir del pueblo tengo que volver a pararme y tapar la bolsa marsupial. Todo cambia, ya no tengo a mano la comida y el tubo de beber el agua que llevo en la mochila no sé dónde ha quedado. Se suda y no transpira el plástico, te mojas por dentro; el agua en la capucha dificulta la visión y hay que ir muy atento a las señales (luego descubro que hay que llevar una gorra para que mantenga levantada la capucha de plástico).

Los barrancos traen más agua y aparecen torrenteras que tienes que pasar con cuidado. Al cruzar un vado del rio Canyoles doy un resbalón y me llevo un buen susto. Todo el cauce está lleno de obas y resbala como el hielo. Prestando atención al equilibrio no me doy cuenta de que estoy caminando con el agua por encima de los tobillos. Cruzo, con algún sobresalto, pensando en el desastre que va a resultar haberme empapado, sin embargo, al salir veo que las zapatillas han aguantado estupendamente y no tengo ninguna sensación de incomodidad en los pies.

Con Bo en Vallada
Salgo del rio pensando en qué será de los peregrino si sigue lloviendo y el caudal aumenta. Pero el camino no puede ser como a cada uno le gustaría que fuera… Y continúo recordando retazos de lo  que he leído sobre caminos y caminantes: es necesario poner distancia con las dificultades; no puedes esperar nada de nadie porque nadie te debe nada. Y menos la naturaleza. Y cuando me detengo un momento para ver si encuentro el tubo del depósito del agua, aparece Bo, grande como San Cristobal, cruzando un barranco, chapoteando como si no fuera con él el agua que le llega hasta los tobillos. Los pies envueltos en las bolsas de plástico que ayer le dieron en el DIA para el salchichón y las sandalias por encima, con una sonrisa grande diciendo ¡Luis! Le digo que siga y él me dice que yo con él. Y yo le sigo. Su paso es más rápido que el mío, pero solo un poco. En cuanto acompaso la respiración, puedo seguirle. Pero quedan más de quince quilómetros hasta Moixent.
Como ve que en las cuestas arriba no puedo hablar me deja los bastones y me enseña a usarlos para no tener que hacer fuerza. Cree que me irá bien para aliviar mi Aquiles y además aumentan la frecuencia de paso un tanto por ciento. Pan, pan, pan… deprisa, deprisa y yo no aflojo a pesar de que voy empapado de sudor debajo de mis pantalones de plástico que no me puedo quitar porque sigue lloviendo.

Entonces las plantas olorosas vienen en mi auxilio. Bo roza una mata de tomillo y se vuelve hacia el olor.
—Tomillo, le digo.
—How?
Se para y me hace repetirlo. Lo huele con deleite y se lo guarda en el bolsillo. Ahora vamos parando cada vez que aparece una planta olorosa: Hierbaluisa, buena para la respiración, menta ¿mint?, salvia, camomila, hinojo, como wild anís. Y no sé cómo me explica que en su familia tienen una destilería de anís. De todo guarda un poco en un bolsillo. La lechetrezna le fascina, euphorbia ¡Sí! Debajo de un almendro se detiene y monta una videoconferencia con su mujer a la que cuenta todo lo que ha aprendido, sacando las hierbas del bolsillo, y haciéndome repetir los nombres que ha olvidado. Me presenta como su maestro y se ríe.

Corre mucho y voy al límite. Dejamos a un lado el castillo de Montesa y pienso que el agua y las prisas están haciéndonos perder un bonito día de camino. Una confusión que nos hace añadir dos kilómetros, uno muy cuesta arriba, me pone a prueba. Cerca de Vallada me explica que trabaja en una empresa de seguridad y al entrar en la población, en un bar en la primera rotonda nos detenemos. El dueño lleva un registro de nacionalidades y edades de los que pasamos por allí. Bo tiene cincuenta y uno y es el más joven de las tres últimas hojas de firmas. Cuando pongo mi edad me mira, señala el sesenta y seis y me señala: You? Parece compungido y desde ese momento, hasta Moixent me deja ir por delante. Aunque el paso ya está automatizado y seguimos a toda velocidad.

En Moixent nos despedimos. Yo voy a buscar alojamiento y él entra en un bar. Supongo que tiene la intención de seguir hasta La Font de la Figuera, veinte kilómetros más.
En las oficinas de la Policía Local me dicen que las cuatro camas del albergue ya están ocupadas. No es posible, nadie puede haber llegado desde Xativa antes que nosotros. Y además secos, bromea la funcionaria: El tren también cuenta. Hasta ese momento creí que todos íbamos andando y me indigno por dentro “No podéis dar alojamiento a alguien que llega a las once y el sello de su alojamiento anterior está a más de cuarenta quilómetros” pienso. Pero la policía está diciendo que nadie dijo que el camino fuera fácil y me doy por enterado que la picaresca también forma parte, como si del siglo XVII se tratara, y mucha gente usa la acreditación de peregrino para hacer viajes baratos por albergues. Todo el mundo señala a los franceses pero también conocí alemanes e italianos. A partir de hoy me encontraré muchos y poco a poco iré entendiendo sus razones, en muchos casos comprendiendo y, a veces, admirando.

A dos kilómetros (más otros dos por un despiste) cuesta arriba me alojo en la Casa corral de Pablanch. Abigarrada de objetos antiguos, rurales, viejos y folklóricos. Lo regenta una mujer sudamericana culta y trabajadora. Bien dispuesta hacia el caminante, pone una lavadora para mí, me da de comer, luego me dará la cena, me dice que va a llegar otro caminante y se va a llevar a su hija a las actividades extraescolares dejándome de responsable de la casa. Estoy tendiendo mi ropa cuando llega el otro caminante que por toda seña me dice que es el de Bilbao. Le doy habitación y explico el funcionamiento de la casa. Es un peregrino que llega agotado. Se cayó en el vado en el que yo resbalé, luego se perdió, la lluvia persistente y para remate la subida a esta casa. Este sí que viene andando y le cuento mi peripecia con el albergue. Me dice que por sistema busca pensiones u hostales y me deja pensativo.

Por cincuenta euros resuelvo todos los gastos de hoy. No estoy cerca del centro de Moixent y además lo conozco. Me quedo toda la tarde en la casa y me salen un par de haikus:

TOMILLO

Cuando lo rozas
con descuido al pasar
grita su nombre

HINOJO

En el camino
expreso su esencia,
voy avanzando.






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