jueves, 22 de junio de 2017

18. Villacañas Tembleque

Villacañas Tembleque 20 kms. Jueves 11 de mayo de 2017


Caminando de torre a torre. Toros, santos, vírgenes, fútbol y banderas

En el Prickly desayuno un café con leche y tostadas. Entra un peregrino y el ventero le dice que solo es para los clientes del hostal. Le miro y le hago una seña de no entender y se aviene a hacer el desayuno al peregrino.

A las siete y media ya estoy andando, aunque la etapa de hoy es solo de veinte kilómetros. Hago el recorrido de un tirón porque la lluvia amenaza, pero solo descarga un poco cuando ya estoy llegando. Los días tormentosos, con el cielo oscuro y la luz del sol entrando por debajo de las nubes son espectaculares. El trigo y los olivos brillan sobre el fondo negro de la tormenta. El suelo está mullido.

No alcanzo al peregrino mayor que ha salido delante de mí ni me alcanza el joven que ha salido detrás. Es magia, en el camino nos hacemos invisibles. Como magia es que las nubes que vienen amenazantes se difuminen cuando están sobre mí. Faltan muchas flechas en encrucijadas. Parece que se han olvidado de la utilidad de las cruces para indicar los caminos que no deben seguirse.

Cuando creo que tengo a la vista Tembleque, el camino hace un quiebro y me pone frente a otro horizonte en el que pronto se dibujan unos molinos de viento y la espadaña de la iglesia. Una de las sensaciones más bonitas que he tenido en el camino han sido las torres de las iglesias como referencias. Si miras atrás es lo último que se ve del pueblo del que te vas, y cuando dejas de verlas ya ves la del pueblo al que vas, a veces en el extremo del camino. Es una sensación antigua, una dimensión humana del viaje, que se ha repetido muchas veces.

A las doce ya estoy en el hostal y tengo el resto del día para escribir y descansar. No tengo nada en lo que pensar. El equipaje es todo lo que tienes y no necesita mucho cuidado. Reponer una aspirina, lavar una camiseta, tumbarte, masajearte. Tres semanas así. Se asienta la sensación de no querer estar en ningún sitio: ni en la ciudad ni en el camino. Pero deseando ver lo que te ofrece cada lugar.


Paseo por Tembleque, que está limpio y vacío. Sugiere buenas vidas y, sin embargo, tengo sensación de apagón. Entro en la biblioteca preciosa y solo unos niños juegan. Un grupo de adolescentes entran y salen a un bar al que había pensado entrar yo. Vuelvo al hotel (La Posada 25 euros con desayuno) y un pequeño grupo de parroquianos, tres o cuatro, ven aburridísimos una corrida aburridísima. Llegan al hotel una pareja de alemanes que ya había visto en La Font de la Figuera. No me van a dar nada de cena hasta las nueve que abren la cocina por más que les digo que solo quiero un bocadillo o un sándwich. 
Toros, santos, vírgenes, fútbol, banderas (con frecuencia mezcladas: un santo y una bandera; un toro y una bandera, un santo y un toro, una virgen y un equipo de fútbol) como seña de identidad. La cultura rural perdida ¿Quién aguanta? Quienes se van a la ciudad solo se llevan ese patrimonio y esa nostalgia.

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