Las Pedroñeras Mota del Cuervo 19 kms. Lunes 8
de mayo de 2017

La primera mitad he caminado con mi hermana. Gloria lo ha
hecho posible yendo y viniendo con su coche. Hemos caminado hasta Santa María
de los Llanos. No dejo de pensar que este paseo tiene un valor simbólico, de comunión
o de oración civil. Después sigo yo solo hasta Mota del Cuervo.
Las flechas amarillas son la sangre del camino y su presencia detecta la atención que se presta al caminante. Las pintan voluntarios allá donde las necesitas y te reconfortan. Un kilómetro sin ninguna flecha, después de haber pasado algún cruce dudoso puede generar angustia amarga. Mi homenaje agradecido a quienes pintan las flechas. Cuando todo va mal, pienso en quienes pintan las flechas. Mi desprecio a quienes las destruyen o tergiversan. En las últimas jornadas hay pocas. Haces kilómetros, pasando cruces arriesgados sin una señal. También pasa en las ciudades y en los pueblos.
Bueno, no hay que ponerse dramático. Estoy aquí y nadie
tiene ninguna obligación de indicarme el camino. O sí ¿por qué no señalar en
los tramos que van por carretera las salidas que enlazan con el camino? Hay
otras señales, como postes o conchas de cerámica en las ciudades. Los postes y
la cerámica son caras y se pagan con dinero público, pero no son suficientes.
Estaría bien implicar al Estado en la dignificación de los caminos para
caminar; y a la Iglesia. La Iglesia está desparecida en lo que dan en llamar
camino de peregrinaje de la cristiandad. Ni en el auxilio ni en el alojamiento,
y cuidado que se pasa por conventos e iglesias.
—La Tercia es como una iglesia, con contrafuertes y eso,
pero sin torre.
Excelente explicación para lo que es la hacienda medieval.
El hostal Plaza tiene estructura de venta con patio de
carros. Los dueños ayudan a los caminantes y nos tratan amablemente.
No encuentro ningún lugar donde tomar algo para la cena; es
lunes y nada está abierto. Después de ver a aquellos muchachos y muchachas que
me indicaron donde estaba el hostal, no he vuelto a ver a ningún joven por la
ciudad. Ni niños. La verdad es que no he visto a casi nadie. Ni en las plazas
ni en las calles. Paseo por si encuentro en una plaza recoleta a los
adolescentes o en la cafetería mesón a los jóvenes, en un parque o en un
quiosco con chucherías y Fantas a los niños. Sentado en la plaza de la Tercia,
ante una terrorífica estatua de escayola, miro la ciudad sin entenderla. Compro
comida en un supermercado y vuelvo al hostal.
Cuando paseaba la ciudad encontré a un ciclista alemán al
que envié en dirección al hostal. Cuando vuelvo me están esperando para proponerme
que comparta la habitación con él. Me resisto, aunque me quedo con mala
conciencia y, como último recurso, dejo abierta la puerta a compartir. Me juego
el descanso, que hoy necesito especialmente. Lo entienden los encargados del
hostal o venta: el ventero, el ama y una moza, princesa, doncella o fámula,
según el pasaje quijotesco que elijas. En este caso forman un conjunto de saber
hacer realmente acogedor (30 € la habitación doble para uno). Por fin
encuentran otra solución y me quedaré solo en la habitación. Lo agradezco en el
alma.
Poco a poco reconozco la gestualidad de las personas, el
saludo parco, la sonrisa apretada. Ya estoy en Toledo. En una tertulia en el
patio del hostal, un caminante del lugar se queja de la poca implicación del
municipio con el camino y el turismo en general. A mí también me lo parece. La
ausencia de flechas amarillas es un síntoma.
Tengo tiempo y termino la canción que canturreo con la
música de Lily Marlen, un himno civil que he tarareado infinidad de veces:
2.-
Senda de recuerdos, ninguna razón
cada paso una historia cada historia una ilusión.
Te voy sintiendo aunque no estás
Cerca de mí, aunque no estás
Dulce Lily Marlen
Quien seas Lily Marlen
3.-
Una mirada larga, un beso fugaz
Un abrazo eterno, un infinito adiós.
Una razón para volver
Cerca de ti, un paso más
Por ti Lily Marlen
Quien seas Lily Marlen.
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