jueves, 22 de junio de 2017

15. Las Pedroñeras Mota del Cuervo

 Las Pedroñeras Mota del Cuervo 19 kms. Lunes 8 de mayo de 2017

Caminar juntos. Homenaje a quienes pintan las flechas amarillas. Caminos invisibles en las ciudades. Las vidas secretas. Lily Marlen, segunda parte.


La primera mitad he caminado con mi hermana. Gloria lo ha hecho posible yendo y viniendo con su coche. Hemos caminado hasta Santa María de los Llanos. No dejo de pensar que este paseo tiene un valor simbólico, de comunión o de oración civil. Después sigo yo solo hasta Mota del Cuervo.




Las flechas amarillas son la sangre del camino y su presencia detecta la atención que se presta al caminante. Las pintan voluntarios allá donde las necesitas y te reconfortan. Un kilómetro sin ninguna flecha, después de haber pasado algún cruce dudoso puede generar angustia amarga. Mi homenaje agradecido a quienes pintan las flechas. Cuando todo va mal, pienso en quienes pintan las flechas. Mi desprecio a quienes las destruyen o tergiversan. En las últimas jornadas hay pocas. Haces kilómetros, pasando cruces arriesgados sin una señal. También pasa en las ciudades y en los pueblos.


Bueno, no hay que ponerse dramático. Estoy aquí y nadie tiene ninguna obligación de indicarme el camino. O sí ¿por qué no señalar en los tramos que van por carretera las salidas que enlazan con el camino? Hay otras señales, como postes o conchas de cerámica en las ciudades. Los postes y la cerámica son caras y se pagan con dinero público, pero no son suficientes. Estaría bien implicar al Estado en la dignificación de los caminos para caminar; y a la Iglesia. La Iglesia está desparecida en lo que dan en llamar camino de peregrinaje de la cristiandad. Ni en el auxilio ni en el alojamiento, y cuidado que se pasa por conventos e iglesias.

Cuando llegas por los caminos rurales las ciudades empiezan con una industria pequeña, un taller, un almacén, un garaje de maquinaria agrícola. Después vienen las casas, muchas con patios y corrales, y las calles con aceras. Se llega viendo enhiesta la torre de la iglesia desde hace más de una hora y ahora no ves nada que sobresalga. Sigues caminando e indicios invisibles te llevan a la plaza. En un cruce veo la pared de piedra de una iglesia o un convento y en frente la plaza, con el Ayuntamiento que tiene banderas en el balcón y una torre como de iglesia con reloj. En la plaza pregunto por mi alojamiento a unos adolescentes que vienen o van de un instituto y se atropellan, quitándose la palabra entre risas, para explicármelo. Todos los caminos pasan por la Tercia.

—La Tercia es como una iglesia, con contrafuertes y eso, pero sin torre.

Excelente explicación para lo que es la hacienda medieval.

El hostal Plaza tiene estructura de venta con patio de carros. Los dueños ayudan a los caminantes y nos tratan amablemente.
No encuentro ningún lugar donde tomar algo para la cena; es lunes y nada está abierto. Después de ver a aquellos muchachos y muchachas que me indicaron donde estaba el hostal, no he vuelto a ver a ningún joven por la ciudad. Ni niños. La verdad es que no he visto a casi nadie. Ni en las plazas ni en las calles. Paseo por si encuentro en una plaza recoleta a los adolescentes o en la cafetería mesón a los jóvenes, en un parque o en un quiosco con chucherías y Fantas a los niños. Sentado en la plaza de la Tercia, ante una terrorífica estatua de escayola, miro la ciudad sin entenderla. Compro comida en un supermercado y vuelvo al hostal.

Cuando paseaba la ciudad encontré a un ciclista alemán al que envié en dirección al hostal. Cuando vuelvo me están esperando para proponerme que comparta la habitación con él. Me resisto, aunque me quedo con mala conciencia y, como último recurso, dejo abierta la puerta a compartir. Me juego el descanso, que hoy necesito especialmente. Lo entienden los encargados del hostal o venta: el ventero, el ama y una moza, princesa, doncella o fámula, según el pasaje quijotesco que elijas. En este caso forman un conjunto de saber hacer realmente acogedor (30 € la habitación doble para uno). Por fin encuentran otra solución y me quedaré solo en la habitación. Lo agradezco en el alma.

Poco a poco reconozco la gestualidad de las personas, el saludo parco, la sonrisa apretada. Ya estoy en Toledo. En una tertulia en el patio del hostal, un caminante del lugar se queja de la poca implicación del municipio con el camino y el turismo en general. A mí también me lo parece. La ausencia de flechas amarillas es un síntoma.

Tengo tiempo y termino la canción que canturreo con la música de Lily Marlen, un himno civil que he tarareado infinidad de veces:

2.-
Senda de recuerdos, ninguna razón
cada paso una historia cada historia una ilusión.
Te voy sintiendo aunque no estás
Cerca de mí, aunque no estás
Dulce Lily Marlen
Quien seas Lily Marlen

3.-
Una mirada larga, un beso fugaz
Un abrazo eterno, un infinito adiós.
Una razón para volver
Cerca de ti, un paso más
Por ti Lily Marlen
Quien seas Lily Marlen.


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