jueves, 22 de junio de 2017

16. Mota del Cuervo Quintanar de la Orden

Mota del Cuervo Quintanar de la Orden 25 kms. Martes 9 de mayo de 2017

La tierra para los chinos. Dulcinea era Isadora Duncan. Anís y chocolate en Quintanar. Esperpento quijotesco.


  Desayuno al lado del hostal e invito a un jubilado, que dice que no tiene nada que hacer, a venir conmigo. Me responde que su mujer no le deja y todo el bar opina de lo que las mujeres nos dejan y no nos dejan hacer. Uno cambia la conversación alertando sobre el peligro de granizo y otro responde que él ni pierde ni gana, que quien gana y pierde son los rusos. Como el primero mantiene la postura de que el granizo es malo, el de la mesa dice que sí, pero no para su bolsillo y le pregunta:

—A ver, a ti ¿quién te arrienda las tierras?
Contesta con el nombre de una empresa que no recuerdo.
—Bueno, esa es de los chinos.

Es la segunda vez que oigo invocar a los chinos como compradores absolutos. La casa de los Acacios también se las venderían a los chinos si vinieran con el dinero en la mano.

Estoy en el camino antes de las siete y delante de mí aparece mi sombra, larga, larga. Me vuelvo y el sol está sobre el horizonte, nuevecito. A estas horas siempre es bonito el camino y voy exultante de fuerza y ánimo. Pienso en la sombra, testigo de la dirección que llevo, siempre por delante de mí y, cuando se levanta el so,l se acurruca un poco a mi izquierda, cuando estoy llegando a mi destino un poco a mi derecha y si llegara cuando se mete el sol, estaría detrás de mí.

Entro en la provincia de Toledo y se adivina a lo lejos la sierra de los Navalucillos, de la comarca de Los Montes de Toledo. Casi todo son viñas y empiezan los olivos. El trigo, de repente esta dorado. Un vilano me acompaña haciendo piruetas delante de mí un buen trozo del camino.

Don Quijote soñó a Dulcinea como Isadora Duncan.
En versión de El Toboso
Me adelanta el ciclista alemán que ayer buscaba alojamiento en el hostal. Sonriente me da las gracias. La entrada a El Toboso es por un camino arbolado. Hay lugares para descansar, algunos con agua. Luego el pueblo está muy cuidado, con referencias a una estética manchega quijotesca. En esto cometen algunos excesos, como en la representación onírica de Dulcinea, en la que han imitado una pose de Isadora Duncan. También en los equilibrios eruditos para identificar los lugares que inspiraron a Cervantes o las referencias posibles a personajes del lugar en su obra.

Cuando cruzo El Toboso un paisano me sale al paso y me indica un atajo para continuar el camino más rápido, por las afueras de la ciudad. Como le digo que me gustaría ver su pueblo que me parece muy bonito, se ofende.
—Bueno, si es por eso… Yo lo hago por su bien.
—Lo sé y se lo agradezco.
Pero se va mohíno.

A las once tengo a la vista Quintanar de la Orden y retengo el paso para no llegar antes de que esté lista mi habitación. El sol pica como si anunciara tormenta (que realmente la anuncia), me detengo a la sombra de unos almendros bordes, en una pedriza, y hago un monolito. Parecerá raro, pero tenía ganas de hacerlo, de amontonar piedra sobre piedra. Como un plátano y una manzana. Huele a tomillo y hierbaluisa y me pongo en marcha para entrar en Quintanar por otro camino arbolado, qué buena costumbre, con bancos.

La ciudad es bastante caótica de arquitectura y urbanismo. Una torre de apartamentos a escaso metros de la torre de una iglesia configura un perfil desastroso. Me da en la nariz un fuerte aroma a anís de una destilería de Asturiana. Sello mi cartilla de peregrino en la Policía Local y me dirijo al hotel Castellano, que está en una salida de la ciudad. En una de esas carreteras que han quedado obsoletas por la construcción de autovías próximas. Allí hay una doble representación del camino jacobeo: un busto de Santiago y la representación de unas botas de caminante. Lo curioso es que no están en el camino de Santiago.
Mi recuerdo infantil de Quintanar de la Orden es el de los chocolates Nieto (y el anuncio radiofónico: Si quieres que me esté quieto, dame chocolate Nieto). Hay una señal y me dirijo en esa dirección, pero estoy cansado y el camino se me hace largo. Paso por otra fábrica de chocolates y huele a chocolate y luego otra de anís El Dorado. Que buenos olores para caracterizar a una ciudad: anís y chocolate. Al salir caminando los huelo sucesivamente.
Se me han escapado definitivamente mis amigos caminantes. Ellos van con fecha para llegar y a veces saltan una jornada. Yo he cambiado el orden de poblaciones que marca la guía y seguramente no son estas las paradas más frecuentes de los peregrinos.

El esperpento quijotesco.

Llevo días parándome ante las representaciones monumentales de Cervantes y los personajes de su obra. Parecen, por la mala factura estética, una venganza manchega hacia Cervantes por la burla que hace de ellos en Don Quijote.


Son terribles iconos con los que intentan justificar una identidad cultural de tópicos. Una imagen muerta de la cultura que intenta suplir el esfuerzo de crear cultura viva. 

Bien harían en venderlos para chatarra y empezar de cero. En la Mancha no hay quijotes y pocos sanchos y quienes lo son, son el blanco de la burla.

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