Mota del Cuervo Quintanar de la Orden 25 kms.
Martes 9 de mayo de 2017
La tierra para los chinos. Dulcinea era Isadora Duncan. Anís y chocolate en Quintanar. Esperpento quijotesco.
—A ver, a ti ¿quién te arrienda las tierras?
Contesta con el nombre de una empresa que no recuerdo.
—Bueno, esa es de los chinos.
Es la segunda vez que oigo invocar a los chinos como
compradores absolutos. La casa de los Acacios también se las venderían a los
chinos si vinieran con el dinero en la mano.
Estoy en el camino antes de las siete y delante de mí
aparece mi sombra, larga, larga. Me vuelvo y el sol está sobre el horizonte,
nuevecito. A estas horas siempre es bonito el camino y voy exultante de fuerza
y ánimo. Pienso en la sombra, testigo de la dirección que llevo, siempre por
delante de mí y, cuando se levanta el so,l se acurruca un poco a mi izquierda,
cuando estoy llegando a mi destino un poco a mi derecha y si llegara cuando se
mete el sol, estaría detrás de mí.
Entro en la provincia de Toledo y se adivina a lo lejos la
sierra de los Navalucillos, de la comarca de Los Montes de Toledo. Casi todo
son viñas y empiezan los olivos. El trigo, de repente esta dorado. Un vilano me
acompaña haciendo piruetas delante de mí un buen trozo del camino.
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Don Quijote soñó a Dulcinea como Isadora Duncan. En versión de El Toboso |
Me adelanta el ciclista alemán que ayer buscaba alojamiento
en el hostal. Sonriente me da las gracias. La entrada a El Toboso es por un
camino arbolado. Hay lugares para descansar, algunos con agua. Luego el pueblo
está muy cuidado, con referencias a una estética manchega quijotesca. En esto
cometen algunos excesos, como en la representación onírica de Dulcinea, en la
que han imitado una pose de Isadora Duncan. También en los equilibrios eruditos para
identificar los lugares que inspiraron a Cervantes o las referencias posibles a
personajes del lugar en su obra.
Cuando cruzo El Toboso un paisano me sale al paso y me
indica un atajo para continuar el camino más rápido, por las afueras de la
ciudad. Como le digo que me gustaría ver su pueblo que me parece muy bonito, se
ofende.
—Bueno, si es por eso… Yo lo hago por su bien.
—Lo sé y se lo agradezco.
Pero se va mohíno.
La ciudad es bastante caótica de arquitectura y urbanismo. Una
torre de apartamentos a escaso metros de la torre de una iglesia configura un
perfil desastroso. Me da en la nariz un fuerte aroma a anís de una destilería
de Asturiana. Sello mi cartilla de peregrino en la Policía Local y me dirijo al
hotel Castellano, que está en una salida de la ciudad. En una de esas
carreteras que han quedado obsoletas por la construcción de autovías próximas.
Allí hay una doble representación del camino jacobeo: un busto de Santiago y la
representación de unas botas de caminante. Lo curioso es que no están en el
camino de Santiago.
Se me han escapado definitivamente mis amigos caminantes.
Ellos van con fecha para llegar y a veces saltan una jornada. Yo he cambiado el orden de poblaciones que marca la guía y seguramente no son
estas las paradas más frecuentes de los peregrinos.
El esperpento quijotesco.

Son terribles iconos con los que intentan justificar una
identidad cultural de tópicos. Una imagen muerta de la cultura que intenta suplir el esfuerzo de crear cultura viva.
Bien harían en venderlos para
chatarra y empezar de cero. En la Mancha no hay quijotes y pocos sanchos y quienes lo son, son el blanco de la burla.
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