Xativa
Canals 10 km. Miércoles 26 de abril de 2017
Con los pies de Pere. Haikus de las cunetas.
Como ayer me quejé de mis zapatillas, Pere me deja unas más
blandas y camino con ellas.
Salí de Xativa viendo como se transforma la ciudad desde el
casco histórico a los barrios, luego las aldeas y las casitas rurales. Al paso
de Novetlé, por la Vía Augusta hay unas villas con pinares que me traen
recuerdos, cogidos con pinzas, de la Vía Apia en Roma. Hay que cruzar un
barranco del río Canyoles que si lleva agua tendré que
atravesar a pie enjuto. En la aldea de Aiacor me siento en un banco por el
placer de dejar pasar el tiempo, mirar y tomar notas. Junto a la iglesia, bajo una concha del Camino de Santiago, se detiene un camión de Coca Cola y se me ocurre pensar que el también va a Santiago.
Decido recurrir al haiku como poemas de urgencia para expresar las cunetas, que me tienen hipnotizado. Apunto las primeras ideas: El olor, el color, caminar, vivir en las cunetas. Y si pienso en el hinojo: sin hinojo no voy andando.Estrujarlo,
expresarlo. Recuerdos de Grecia y de Tarragona.
Decido recurrir al haiku como poemas de urgencia para expresar las cunetas, que me tienen hipnotizado. Apunto las primeras ideas: El olor, el color, caminar, vivir en las cunetas. Y si pienso en el hinojo: sin hinojo no voy andando.
Llegando a Canals paso por un tramo del camino de tierra
rodeado de praderas llenas de flores. Esto ya se parece más a la idea que tengo
de un camino.
Vienen a verme Pere y Enric y comemos juntos. Volvemos a
cambiar las zapatillas. Caminaré con las mías. Pero no olvidaré que una jornada
caminé con los pies de Pere. En la comida hablamos de todo un poco, sobre todo
de mujeres, de convivencia complicada, de proyectos, de buscar un camino que se
pueda compartir. Cada uno somos un mundo en esto. A partir de aquí pierdo el
contacto físico con mis apoyos en Valencia. Hasta San Clemente (qué lejos me
parece) no recuperaré la presencia física de quien me apoya.
Para no sentirme solo, en una crisis de temor, he creado un
grupo para comunicarme con ellos con mensajes simultáneos. Para que la gente
que me buscaría, en el caso de que me tragara la tierra, sepa dónde estoy. A
ratos me arrepiento porque creo que parece un poco exhibicionista, pero mis
amigos hacen virtud de lo que pudo ser un error y me acompañan discretamente
con palabras de ánimo y alguna broma.
A las cinco y veinte, todavía no había podido acceder al
albergue municipal. Cada vez que quiero entrar tengo que llamar a la Policía
Local para que vengan a abrirme. He paseado por Canals y he hecho compras y
ahora estoy sentado en las escaleras del mercado.
Un niño que espera a su madre para que le
lleve a karate, quiere saber todo sobre mí: Qué llevo en la mochila, de donde soy, donde viven mis papas, donde
voy, por qué voy andando, donde voy a dormir ¿y mañana? ¿y pasado mañana? —y si
no eres de aquí ¿por qué hablas catalán?— Le digo que lo he aprendido pero le
parece muy raro y le pido que si digo alguna palabra mal me diga como se dice
bien. Entonces interviene un hombre que está siguiendo la conversación desde
una mesa: ¡Fotre! Si el parla millor que
jo.
Viene su madre, se lo lleva y sigo escribiendo. Canals es
grande, tiene parques bonitos que acompañan los canales que cruzan la ciudad,
tiene un casco antiguo, avenidas grandes con bulevar. Pero algún detalle, en
los bares, al hablar con la gente, la soledad en el casco antiguo, me deja una
impresión de tristeza, de gente atrapada. No estoy muy seguro de lo que quiero
decir.
Muchas personas son conscientes de que eres peregrino y de
que en la ciudad hay un albergue. La farmacéutica me ha dicho que una
peregrina, con dos bastones —María, pienso— ha cruzado la ciudad a mediodía.
El
albergue es un piso para mí solo. No tendré que usar el saco de dormir, en una
habitación hay sábanas y mantas. Es un buen piso con decoración escueta y
muebles de los años sesenta. Me siento en el salón-comedor y termino el haiku
que imagine en el camino:
CUNETAS
Se oye el olor,
pisando las cunetas
huele el color.
Voy a hincar diente poético al del hinojo y llega al albergue
un noruego. Constatamos que no tenemos ningún idioma en el que entendernos
fácilmente. Cena un bocadillo de salchichón y una cerveza y sin darnos cuenta
no paramos de hablar aunque no recuerdo en qué idioma. Está en Canals porque ha
añadido los diez kilómetros que hay desde Xativa. Lo contrario que yo que se
los he restado a la etapa de mañana. Va haciendo etapas por encima de los
cuarenta kilómetros todos los días. Habla de sandalias para caminar, de
bastones, de bosques en Noruega. Es educado, animoso y hábil con el gesto. Se
llama Bo, o algo así.
Al acostarme veo que la agresiva moradura de mi tendón de
Aquiles se ha difuminado y la hinchazón ha disminuido. Ha sido una buena idea
esta media jornada. Me aplico vaselina en los pies, tal y como me han propuesto
en la farmacia, y ya no dejaré de hacerlo en todo el viaje.
Adelanto el despertador veinte minutos para tomar distancia
con Bo. No me apetece el esfuerzo de ponerme de acuerdo.
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